Petróleo para rato / Análisis de Ricardo Ávila

El nombre del hotel no le dice mucho a nadie que no esté involucrado con el sector de los hidrocarburos y la energía. Pero para incontables ejecutivos del ramo, el Hilton Americas, un complejo de más de 1.200 habitaciones ubicado en Houston –la cuarta área metropolitana con más población en Estados Unidos–, es una especie de Meca donde hay que estar presente todos los años por estos días.

La razón es la celebración en ese lugar de lo que se conoce como CERAWeek, un evento que cada marzo convoca a directivos de empresas, funcionarios y expertos para hablar del futuro de una actividad que mueve al mundo entero, literalmente hablando. Así volvió a ocurrir esta semana, cuando unas 7.000 personas llegaron al lugar, ubicado a pocos kilómetros del golfo de México, con el fin de examinar tendencias y contrastar opiniones.
 
No es difícil imaginar por qué la conferencia atrajo más público que en otras ocasiones, según aseguran aquellos que ya han estado varias veces. Para comenzar, el foro sirvió para tomarle el pulso al proceso de transición energética que plantea el abandono gradual de los combustibles fósiles. Al tiempo se hizo un repaso de las innovaciones más recientes, varias de las cuales se vieron en el centro de convenciones George R. Brown, vecino del hotel.
 
Aunque no hubo veredictos absolutos, se emitieron varios mensajes clave que merecen ser escuchados en todas partes, incluyendo a Colombia. Hacer abstracción de lo que está pasando en el planeta puede llevar al país a cometer grandes errores si no hace una lectura adecuada de la realidad.
 

El apetito sigue

Y lo que esta muestra es que la demanda de energía en el mundo seguirá subiendo de manera acelerada, por lo cual acabará siendo atendida tanto por las fuentes renovables como por las tradicionales. Pensar que las tecnologías limpias reemplazarán totalmente y de la noche a la mañana a las que liberan dióxido de carbono puede ser un sueño para muchos, pero no sucederá pronto.
 
Basta con mirar las estadísticas para concluir que es así. Según la Agencia Internacional de Energía, el consumo de petróleo en 2023 llegó a un nuevo máximo histórico al superar los 102 millones de barriles diarios. 
La misma entidad calcula que en el primer trimestre de este año, el aumento habría sido de 1,7 millones de barriles adicionales.
 
Debido a ello, hay cada vez más voces que ponen en duda el cálculo que hace la entidad, en el sentido de que en 2030 se alcanzará el pico más alto y a partir de ahí el apetito por hidrocarburos empezará a caer en forma irreversible. En contraste, la Opep –el cartel que reúne a las grandes naciones productoras de crudo– sostiene que solo hasta 2045, e incluso más tarde, se llegaría al punto más elevado.
 
Al respecto, Amin Nasser, el presidente de Saudi Aramco –la empresa petrolera cuyo principal accionista es Arabia Saudita–, pecó por poco diplomático cuando dijo en Houston que “deberíamos abandonar la fantasía de la eliminación gradual del petróleo y el gas”. 
Los aplausos que recibió dejaron en claro que muchos concuerdan con esa postura.
Sin desconocer que semejante visión choca con la de aquellos que proclaman que hay que limitar cuanto antes las emisiones a la atmósfera que causan el efecto invernadero, el ejecutivo sostiene que el uso de combustibles fósiles en los países emergentes tiende a subir. Más allá de que en el hemisferio norte haya grandes inversiones en fuentes alternativas, las válvulas seguirán abiertas.
 
Ante semejante lectura, el consejo pragmático es que no se trata de reemplazar una fuente por otra, sino de contar con tantas cartas en la mano como sea posible. “La transición requerirá de muchas soluciones, de muchas tecnologías, que se verán alrededor del mundo en líneas de tiempo diferentes”, señaló el presidente de Exxon, Darren Woods.
 
Parte de ese enfoque se apoya en conceptos como la seguridad energética y la asequibilidad. Cuando Rusia invadió a Ucrania y empezó a recortar sus despachos de gas a Europa hace dos años, el énfasis de los gobiernos del Viejo Continente fue garantizar que no habría recortes en el suministro de electricidad. Alemania, para citar un caso concreto, volvió a importar carbón en grandes cantidades a pesar de las críticas de los ambientalistas, con el fin de evitar un racionamiento.
 
Tampoco es un asunto menor el impedir que haya desequilibrios significativos en la oferta y la demanda, para no experimentar grandes vaivenes en las cotizaciones. Los dirigentes políticos tratan de evitar que el público deba pagar mucho más por la gasolina que compra porque eso es fuente de descontento y eventuales espirales inflacionarias. Pero eso depende de que continúen las inversiones para asegurar que se reemplacen las reservas que se gastan.
 
¿Quiere decir lo anterior que la lucha contra el cambio climático está perdida? No necesariamente, es la respuesta. Una apuesta importante es que haya opciones económicamente viables para descontaminar la atmósfera, como puede ser la captura de carbono.
 
Otra, mucho más asequible, es combatir las fugas de metano que son responsables de una tercera parte de los gases emitidos hasta ahora. Varios sistemas de monitoreo satelitales hacen pensar que podrían conseguirse avances con relativa rapidez y bajo costo. Una mirada desde el espacio también ayudaría a combatir la deforestación que también es culpable de la emergencia actual.
 
Tan importante como lo anterior es que la ciencia logre resolver algunos de los acertijos pendientes. Ese es el caso del almacenamiento de la energía que viene de la radiación solar o la fuerza del viento. Hasta que eso no pase, cualquier sistema deberá acudir al respaldo que dan las plantas de siempre.
 
Si se trata de movilidad sostenible, los vehículos eléctricos que ganan terreno en el mundo industrializado serán la opción preferida en los países en desarrollo cuando resulten ser más baratos y eficientes que los impulsados por motores de combustión. Esto incluye, aparte del precio de venta, tiempo de carga y autonomía.
Obviamente, las promesas abundan. Además de las opciones conocidas, la geotermia –que consiste en aprovechar el calor de las rocas incandescentes que están a varios kilómetros por debajo de la superficie– es presentada por sus defensores como la mejor alternativa.
No obstante, la idea de inyectar agua para obtener vapor viene acompañada de retos prácticos que aún no se han resuelto. Incluso iniciativas más viables como el hidrógeno se encuentran con obstáculos que llevan a pensar que su adopción masiva todavía se demora unos buenos años.
 
Todo ello exige una cantidad enorme de recursos financieros. A las naciones más ricas les queda más fácil acelerar el paso, como acaba de hacer Estados Unidos tras una ley de estímulos que sacó adelante la administración de Joe Biden. Para los de menor ingreso relativo, el camino es más tortuoso a menos que sean exportadores de hidrocarburos.
 
En cuanto a las empresas del ramo, son a la vez parte del problema y de la solución. Junto con las críticas respecto a que solo tratan de defender su negocio está la demostración de que también le apuestan a la innovación y la descarbonización, pues de ello depende su supervivencia en el largo plazo.

Cartas sobre la mesa

Al igual que tantas personas de las más variadas latitudes, también hubo un grupo de colombianos en CERAWeek. Todos tomaron nota de la visión predominante, según la cual habrá apetito por hidrocarburos para rato, aunque es dudoso que dicha perspectiva llegue a influir en una política oficial cuya línea está trazada desde la Casa de Nariño y que consiste en cerrarles la puerta a los combustibles fósiles.
 
Tal aproximación se apoya en una verdad irrefutable. A pesar de los compromisos internacionales y los discursos de los principales líderes, no se está haciendo lo suficiente para evitar el alza en las temperaturas, cuyos registros son los más altos desde cuando se llevan estadísticas. Para ponerlo en contexto, cumplir las metas establecidas para finales de esta década obligaría a reducir las emisiones en una proporción similar a lo que aporta hoy China.
 
Frente a esa situación es válido asegurar que la humanidad no está encarando este problema como corresponde. Como dice el exministro Tomás González, quien estuvo en Houston, “hay una desconexión entre lo que hay que hacer y lo que está pasando”.
 
Constatar eso lleva a pensar que el sacrificio que Colombia se dispone a hacer sería fútil. Acabar con el carbón y cerrarle la puerta de manera más acelerada a la explotación de petróleo y gas no contribuiría en absoluto a retrasar el cambio climático. “Por el contrario, dejaríamos enterrada una cantidad enorme de dinero que nos serviría para hacer bien la transición que requerimos”, agrega González.
 
Adicionalmente, ideologizar el tema de la descarbonización sirve para hacer intervenciones en público y ganarse los aplausos de algunas audiencias, pero no para resolver muchos interrogantes. La semana pasada, en Texas, quedó en evidencia que los ensayos que muestran más avances son el resultado de que el sector público y el privado cooperen en la búsqueda de soluciones, incluyendo subsidios explícitos para acelerar la incorporación de nuevas tecnologías.
 
Abrir el compás es fundamental, porque no existe una sola solución, sino la combinación de muchas fórmulas. Como dice González, “se necesita es que toda la orquesta toque la misma pieza y lo haga de manera armónica”.
 
Entre la lista de instrumentos no se puede desechar ninguno. Para Luz Stella Murgas, presidenta de Naturgas, en Houston “se alcanzó un consenso alrededor del sector energético, incluyendo a expertos de otros sectores como Bill Gates: la transición energética requerirá un vehículo económico, sostenible y confiable en forma de molécula de gas”.
De vuelta a la realidad colombiana, esas señales chocan con una lectura inquietante. Tanto las señales regulatorias como las dificultades asociadas a permisos y relaciones con las comunidades se han traducido en la cancelación o el aplazamiento de una buena parte de los proyectos solares y eólicos que debían entrar en operación en lo que va de esta década.
 
Por otra parte, el declive de los hidrocarburos está anunciado debido a la caída en la actividad exploratoria y en el número de pozos de desarrollo, según lo confirma la descolgada en el número de taladros en operación. De seguir las cosas así, habrá que importar más gas, no solo para suplir las necesidades de la industria, sino de los diez millones de hogares que lo usan para cocinar.
Y en el horizonte aparece igualmente la pérdida de la autosuficiencia petrolera, con todos los daños económicos y sociales que ello traería. Eso para no hablar del riesgo de que los precios se disparen justo cuando dejemos de ser vendedores netos y estemos obligados a comprar en el mercado internacional para atender la demanda interna.
 
Mientras tanto, Brasil, un país amazónico donde el poder lo ostenta también un mandatario de izquierda, superó el año pasado por primera vez en su historia los cuatro millones de barriles de crudo diarios y se encamina a los siete, con la seguridad de que eso le permitirá recorrer con más facilidad el camino de la transición energética. Una senda que no será fácil para nadie y sobre todo para aquellos que corremos el peligro de escoger la vía que más obstáculos tiene. 
 
RICARDO ÁVILA
Analista Sénior
Especial para EL TIEMPO
 
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